Hoy los Sorteos de la Copa del Mundo son shows globales. Espectáculos de millones de dólares con estrellas del futbol, leyendas y una producción televisiva impecable. Pero hubo un tiempo donde todo era más rústico, más visceral y, en cierto modo, más puro. Y ningún sorteo encapsula esa era como el del Mundial de Francia 1938, un evento marcado por la tensión política, boicots y una imagen que quedó para la historia: un niño decidiendo la suerte de las naciones.
Ese niño no era otro que Yves Rimet, el nieto de apenas seis años de Jules Rimet, el entonces presidente de la FIFA y el visionario padre de la Copa del Mundo. En un mundo que se preparaba para la guerra, la FIFA eligió la inocencia como símbolo. ¿Pero qué había detrás de esa decisión y cómo se vivió ese momento irrepetible?
¿Por qué un niño fue el elegido para semejante tarea?
El 5 de marzo de 1938, en el elegante Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores en París, el ambiente era de todo menos festivo. La inminente Segunda Guerra Mundial proyectaba una sombra sobre Europa. Austria, ya clasificada, estaba a punto de ser anexionada por la Alemania nazi en el infame "Anschluss", y varias naciones, como Argentina y Uruguay, boicotearon el torneo en protesta por la elección de una sede europea por segunda vez consecutiva.
En medio de este polvorín, Jules Rimet tomó una decisión insólita: su nieto Yves, vestido con pantalón corto, suéter y corbata, sería la "mano inocente". Trepado a una mesa, el pequeño fue el encargado de sacar los papelitos con los nombres de los 15 equipos participantes de un gran jarrón de cristal que sostenía su propio abuelo. La imagen era potente: la inocencia de un niño dictando el destino en un continente que había perdido la suya.
¿Cómo funcionó ese sorteo tan particular?
A diferencia de los complejos sistemas de bombos y cabezas de serie de hoy, el método de 1938 fue directo y brutal. Al ser un torneo de eliminación directa desde el inicio con 16 plazas (una quedó vacante por la desaparición de Austria), el sorteo definía los ocho enfrentamientos de octavos de final.
El pequeño Yves metía su mano en el jarrón y extraía los nombres uno por uno, formando las llaves a vida o muerte. No había margen de error. Un mal cruce al inicio y una de las potencias podía quedar fuera a las primeras de cambio. Así, la mano del nieto de Rimet selló duelos como el Francia vs. Bélgica o el Brasil vs. Polonia, que resultaría en uno de los partidos más épicos de la historia de los mundiales (un 6-5 en tiempo extra).
¿Qué legado dejó aquel momento?
El sorteo de 1938, con Yves Rimet como protagonista, se convirtió en una de las anécdotas más entrañables y simbólicas de la historia del futbol. Fue la primera vez que se utilizó la figura de un niño como "mano inocente", una tradición que se repetiría en otros torneos, como en Alemania 1974, donde un niño de un coro berlinés sacó las bolas que unieron a las dos Alemanias en el mismo grupo.
Más allá de la curiosidad, el gesto de Rimet fue un intento desesperado por proyectar una imagen de pureza y juego limpio en un momento en que el mundo se desmoronaba. Aquel niño, subido a una mesa y ajeno a las intrigas políticas que lo rodeaban, representó por un breve instante la esencia del deporte: la suerte, el azar y la simple emoción de un juego a punto de comenzar, sin saber que sería el último Mundial en 12 largos años.
