
A los 35 años de edad, Daniel Sánchez sabe que el reloj de su carrera no marca el mismo tiempo que antes. No le quedan décadas, le restan combates contados y quizá por eso cada uno de ellos tiene el peso de un capítulo definitivo.
El próximo 1° de agosto, en el BUDO 30, subirá a la jaula con la mira puesta en el ese objeto del deseo tan codiciado por él: el cinturón welter de artes marciales mixtas frente al argentino Adrián Oviedo.
Nada que demostrar
Sánchez no se esconde detrás de discursos épicos ni resentimientos personales, tampoco busca demostrarle nada a nadie:
“Yo no estoy peleando por una persona ni para demostrar algo. Ni siquiera para demostrarme cosas a mí mismo. Yo quiero ese cinturón y quiero defenderlo. Nada más. No lo hago por mi familia, ni por mi hija, ni por nadie. Sólo quiero ganar porque me gusta ganar y porque sé que no soy un peleador del montón”.
Así comenzó su historia
Su historia comenzó siguiendo el eco de su abuelo, boxeador profesional. A los pocos años ya entrenaba, pero reconoce que entonces había algo que lo impulsaba:
“De niño no logré lo que quería en el boxeo. Sí hubo una etapa en la que quería quitarme esa espina, pero hoy no arrastro eso. He trabajado con psicólogos, he competido en muchas disciplinas, he ganado y he perdido. Hoy peleo porque disfruto hacerlo.”
Sánchez habla con seguridad, pero no desde la soberbia:
“Sé que confío mucho en mi técnica. Me considero el mejor del país en lo que hago. Llevo años compitiendo, he sido campeón nacional en más de cuatro disciplinas distintas y sé que eso no lo tienen muchos peleadores, ni siquiera algunos que hoy están en UFC. No soy uno del montón, lo tengo claro, pero también respeto el trabajo de todos. Valoro a mi rival y a cada persona que se sube a la jaula.”

El hambre que lo mueve no es de venganza ni de reconocimiento.
“Yo me subo a pelear con hambre, sí, pero hambre de sobresalir, de medirme con los mejores. Me siento una persona victoriosa. Incluso si mi carrera terminara hoy, me iría conforme. He dado todo, todo.”
Aun así, admite que la derrota duele:
“Si llego a perder, claro que me voy a deprimir. Es feo, pero ya he perdido otras veces y siempre me he vuelto mejor. Eso no me resta valor como peleador ni como deportista. Mi trayectoria me respalda".

Hoy más que presión, siente gratitud
“Hay nervios, hay miedo, siempre los hay, pero sé canalizarlos. Estoy disfrutando este campamento como nunca antes. Mentalmente estoy en el mejor momento de mi carrera. Y eso verán el 1° de agosto: la mejor versión de mí, la que acumula todos estos años de experiencia y que va a salir a buscar la finalización desde el primer instante”.