Sociológicamente esta estudiado y comprobado que los resultados deportivos inciden en el ánimo y optimismo de cualquier sociedad, es decir, que la representatividad, el sentido de pertenencia y la empatía con deportistas en lo individual o colectivo son parte fundamental de eso que llamamos orgullo nacional, y en ello los latinoamericanos y por excelencia los mexicanos somos punto y aparte. En la historia precolombina con las múltiples facetas de los deportes autóctonos, como el juego de la pelota, ya refería lo intenso y lo tensos que somos con eso de irle a un equipo, recordemos que en aquellos ayeres el premio para los que ganaban en el imperio azteca era ser sacrificados a los dioses.
Claro que los tiempos han cambiado y ahora los sacrificios son morales, económicos, comerciales y mediáticos y no para los que ganan, sino para los que pierden; y vaya ejemplo de toda esta reflexión se dio el sábado pasado cuando el otrora gigante de la CONCACAF, retomó por merito estratégico del timonel Ricardo el "Tuca" Ferretti, quien dispuso de un buen oficio futbolístico para ganarle al acérrimo rival y contraparte histórica: ni más ni menos que al equipo de las "barras y las estrellas", con un marcador de tres goles a dos, mismo que no reflejo en ningún momento lo acontecido en el terreno de juego. Si así hubiera sido la diferencia, sería de tres tantos.
Adicionalmente el sábado futbolero acrecentó el orgullo nacional al obtenerse un boleto directo para el futbol mexicano en los Juegos Olímpicos de Rio, Brasil 2016, derrotando por dos goles a cero al equipo de Canadá, siendo también una sorpresa la derrota que le infringiera el cuadro catracho de Honduras a los Estados Unidos, mandándolos a un repechaje contra el equipo de Colombia en el próximo mes de marzo.
Dicen que lo único peor a una crisis económica o política, es una crisis moral. Es por ello los transcendente de los resultados que internacionalmente se puedan dar para equipos y deportistas mexicanos, ya que significan como una venganza histórica o solo por hecho de decir sí se puede, sí podemos, inyectando seguridad, pasión, compromiso y diversos valores que poco tienen que ver con la realidad, pero que los acomodamos para sentirnos bien como país y como comunidad mexicana.
