¡Se acabó el partido! ¡Ha ganado el Veracruz! Se escuchaba gritar al narrador que perplejo, mira como las cámaras se dirigen a los jugadores, quienes corren hacia Sebastián Jurado, el arquero que no puede contener las lágrimas y explota en emoción al saber que ha sonado el silbatazo final y ha logrado que su portería no recibiera ningún gol; que su amado equipo había ganado, que no era un sueño.
Jurado se desploma en sus rodillas. Se intenta limpiar con los guantes el líquido que sale por sus ojos, lágrimas que recuerdan la frustración, remontan a tiempos de fracaso, desilusión y tropiezos constantes.
Habían pasado casi 40 juegos sin ganar, ese, el equipo profesional más perdedor de la historia en el mundo; con problemas económicos, pésima administración, el equipo sotanero del dueño polémico y resultados miserables. Por fin hacían emocionar a sus aficionados, venciendo con la mínima diferencia al Puebla.
Sebastián se lleva las miradas, el joven portero que nació en el puerto de Veracruz y que soñó desde niño portar la casaca de los escualos. Jurado se ilusionó desde muy pequeño con guardar aquella cabaña, anhelando un día ser el héroe en el “Pirata Fuente”.
Juego tras juego, de grandes atajadas, de actitud inquebrantable, la atención estaba sobre él, era candidato incluso, para la selección nacional. Solo faltaba algo: El triunfo. La frustración de haber entregado todo y ver como en los últimos minutos se escapaban puntos era una constante.
Desde su debut el 9 de noviembre del 2018, Jurado recibía una cantidad de goles que lo condenaban a la mediocridad y la vergüenza. Por eso cuando, después de casi un año de desgracias. Gozar del triunfo lo llevó a una emoción que muy pocos entenderían.
Aquél 19 de Octubre del 2019 será inolvidable para el joven veracruzano, porque después de tanto tiempo puede cumplir un sueño que le parecía imposible.
Persiste
Ser humano significa en mucho, vivir diariamente frente a distintos retos que nos van agobiando. Hay ocasiones que el dolor, las constantes fallas y errores parecieran frenar nuestro avance, como si de pronto dejáramos de progresar y sentimos que cada vez retrocedemos más, es justo cuando encontrar fuerza para avanzar es cada día más difícil.
Me gusta recordar una anécdota deportiva que desde que me la contaron, marcó para siempre mi forma de ver no solo el deporte, sino la vida misma. Sucedió en la ciudad de México. Un tal John Stephen Akhwari llegaba a México a las olimpiadas de 1986 como uno de los grandes favoritos para correr la disciplina del maratón, lamentablemente acabó en último lugar con 3:25:27, una hora y cinco minutos atrasado del primer lugar. El motivo: En el kilómetro 19 John sufrió una caída que le lesionó la rodilla derecha y le provocó la dislocación del hombro al choque con el pavimento.
El tanzano siguió corriendo pese al golpe con una venda en la rodilla, escoltado por patrullas que cuidaron el paso de los atletas por las calles mexicanas y ante miles de miradas atónitas de gente que no entendía porque seguía corriendo con la lesión a cuestas.
Cuando entró a la pista de tartán del Estadio Olímpico Universitario, los tres primeros lugares ya habían recibido sus medallas y muy pocos aficionados quedaban en las gradas. Cojeando visiblemente, Akhwari, con el número 36, bajó la rampa y fue ovacionado de pie por los emocionados asistentes. Unos 350 metros más adelante, cruzó la meta.
Un periodista se le acercó para hacerle la pregunta que todos querían escuchar: ¿Por qué seguiste corriendo si estabas totalmente lesionado? A lo que John tajantemente contestó: “Mi país no me hizo viajar ocho mil kilómetros para iniciar una carrera, me hizo viajar ocho mil kilómetros para terminarla”.
Mantente en la carrera
Los ejemplo de persistencia de Sebastián Jurado y Akhwari quizá sea insignificante para algunos, pero no debe de ser así.
Cuando nos alejamos más del triunfo y del éxito es cuando las palabras negativas empiezan a hacer más daño en nuestro cerebro y lastiman más nuestra actitud frente a la vida.
Quizá no nos damos cuenta, tal vez es algo muy remoto, pero hay cientos de ojos que nos miran en silencio desde lejos. Que observan como enfrentamos los problemas y desafíos que tenemos enfrente.
Cuando todo parece estar perdido o el panorama oscuro, hay una fuerza en el ser humano, dentro de sus entrañas, es la inspiración que han dejado otros que han persistido y no se han dejado vencer por la pesada loza del desencanto, la desilusión y la derrota.
Lo que nos enseña simples gestos de humildad, como los de Sebastián Jurado y John Stephen Akhwari, es que al final de cuentas, todos estamos en una misma carrera para alcanzar nuestro triunfo. No estamos aquí para lesionarnos y claudicar.
Estamos aquí con la suficiente capacidad de vencer problemas, incertidumbres, dudas, enfermedades, vicios, contratiempos, fracasos, desilusiones, críticas, desengaños y todo tipo de pruebas que nos busquen derribar.
Ojalá que sepamos disfrutar la vida con todo y sus sinsabores, que luego de haber sufrido una y otra vez, una pequeña victoria nos haga recordar lo que es vivir. ¿Cuándo fue la última vez que celebraste un pequeño éxito hasta las lágrimas? ¿Cuándo, la última vez que recordaste que eres mejor que ayer y que cada día te acercas más a la meta, que cada error y dificultad te han hecho más fuerte?
No te canses. La vida esta llena de pequeñas victorias. Todo esfuerzo, tendrá inevitablemente, su recompensa.
Que vivamos con la alegría de un día, al terminar la carrera, poder decir: “No me enviaron para correr, sino para cumplir mi propósito”.
Por lo pronto, disfruta el recorrido.