Raúl Pereda sonríe, pero no celebra. Lo suyo no es el grito de euforia ni el puño al aire. Su victoria más reciente —como casi todo en su carrera— tiene un sabor introspectivo, más callado. “Es una victoria muy personal”, dice, con esa serenidad de quien ha aprendido que la competencia más dura no es contra el campo ni contra los otros 140 jugadores, sino contra uno mismo.
El golfista nacido en Córdoba, Veracruz, no viene del linaje dorado de los clubes privados ni de apellidos grabados en trofeos. Su historia se parece más a la del tipo que se rehace cada mañana con la duda en el bolsillo y la voluntad en la espalda.
El 2024 lo dejó golpeado: cortes fallados, viajes eternos y el eterno examen del PGA Tour que no perdona un par errático. Y aun así, ahí está: regresando, insistiendo, aferrado a la idea de que no todo se mide en posiciones, sino en sobrevivir al desgaste de no rendirse.
Pereda consiguió la tarjeta del PGA Tour en diciembre de 2023, después de un cierre casi cinematográfico en la Q-School de Florida. Terminó cuarto, con rondas de 70, 67, 66 y 69 golpes, en medio de una semana marcada por la enfermedad de su padre. Un día antes del torneo, estuvo en el hospital; al siguiente, firmaba el pase al circuito más exigente del planeta.
Esa anécdota lo define mejor que cualquier estadística: el cuerpo cansado, la mente temblando y la convicción intacta.
Raúl Pereda se describe como un 'nerd' del golf
Durante su primera temporada en el tour jugó 22 torneos, pasó el corte en 3 y su mejor resultado fue un 42º en Puerto Rico. En números, no deslumbra; en carácter, impresiona. Porque en un circuito donde los latinos siguen siendo minoría, Pereda no se victimiza: observa, aprende, se adapta. 'Soy un nerd del golf', confesaba obsesionado con entender cada giro, cada milímetro de su swing.
Cuando volvió a México, en la Gira Profesional, su sonrisa tenía algo distinto: no era revancha, era reconciliación. Con el deporte, con su historia, con su propio cansancio. 'Fue un año muy duro, pero tenía que pasar por eso', admite. Esa frase podría ser el eslogan de su carrera: pasar por el fuego y seguir de pie.
Raúl Pereda no habla como un atleta que acaba de ganar un torneo. Habla como alguien que acaba de salir de un incendio. “Fue un año muy duro el 2024. Arañándola de todos lados, tratando de salir adelante, de estar bien conmigo mismo, de volver a amar este deporte que me ha dado tanto. Pero sí, me quemó los cables en la cabeza”.
El golfista veracruzano describe sin adornos lo que vivió entre su primera temporada en el PGA Tour y su regreso a los torneos en México. “Hubo momentos en que no quería ni salir de mi casa. Perdí siete u ocho kilos. No comía, no tenía ganas de nada. Mi teléfono podía pasar dos días sin cargarse y no se le acababa la pila. Ahí me di cuenta que tenía un problema, necesitaba ayuda”.
Lo dice sin dramatismo, pero con una lucidez brutal. Pereda, el mismo que consiguió su tarjeta en 2023, se desplomó emocionalmente justo cuando parecía haberlo logrado todo.
“En mi casa no se veía golf. En 6 meses no se prendía la televisión para ver golf, no se hablaba del tema. Fue un proceso familiar también. La gente no me podía decir nada sobre eso”.
Y mientras tanto, el cuerpo se fue apagando. “Decía: si no hago ejercicio, no tengo que comer. Me quedaba en el sillón, viendo la tele. No hablaba con nadie. Me ofuscaba, me deprimía, no quería salir al campo. Llegaba al tee del hoyo 1 y no quería estar ahí”.
Raúl Pereda, del cielo al infierno y de regreso
Hoy, con 29 años, Raúl Pereda no es el más mediático ni el más laureado, pero encarna algo que el golf mexicano necesita con urgencia: autenticidad. No vende triunfos, vende verdad. No promete milagros, promete trabajo. “De tenerlo todo, a no tener nada. Ése es el margen. Pasas de ser el único mexicano en el PGA Tour, a no tener estatus, sin saber dónde vas a jugar el próximo año”.
Su reconstrucción no fue en soledad. “Mi novia, mi familia, mi equipo de trabajo… ellos me levantaron del sillón. Son los que no se ven, los que me dijeron: ‘ponte a entrenar’. Si no los tuviera, otra historia estaría contando hoy”.
Y en esa red de afectos, en esa voluntad de no apagarse del todo, Pereda volvió a levantarse. “Sí había hablado con terapeutas, pero me di cuenta que necesitaba más que eso. Ayuda profesional. No quería depender de pastillas, no quería quedarme con algo en el cuerpo. Y creo que fui tan fuerte mentalmente para llegar al PGA Tour, como para salir de eso”.
Habla despacio, sin victimismo, con la calma de quien ya no le teme a sus sombras. “Estoy muy orgulloso de mí, de lo que he hecho. La victoria está del otro lado, pero es un trabajo constante. Todos los días tengo que recordarme por qué estoy aquí, recordarme que no soy cualquier golfista, que soy un jugador de nivel PGA Tour. No es coincidencia que jugué el 2024. Es un paso a la vez”.
Cuando se le pregunta qué siente ahora, tras tanto desgaste, sonríe: “Es una victoria muy personal. No necesito pastillas, no estoy en el puente, pero sí fue duro. Fue aprender a volver a salir, a volver a ser yo. A volver a amar lo que hago”.
Raúl Pereda, el hombre que un día no quería levantarse del sillón, hoy camina otra vez sobre el green. No porque haya recuperado el swing, sino porque recuperó algo más importante: la voluntad.
