No hablemos de una cancha profesional de fútbol, con sus medidas impuestas o con sus instrumentos de juego, porque no es el caso. En la calle, eso no importaba demasiado. Lo significativo era convivir con los amigos y tratar de jugar al fútbol.
Remontémonos a las primeras décadas de este siglo. Por aquellos años, solamente se podía acceder al fútbol por dos medios: ser socio de un club exclusivo, como el alemán, el español o el inglés, a los cuales solo acudían los ricos, o simplemente, el llano, que estaba abierto para todos.
La ciudad de México terminaba por el poniente con el Bosque de Chapultepec; por el oriente, no rebasaba más allá de San Lázaro y su estación de tren; hacia el sur, desembocaba en Bucareli y la avenida Chapultepec y por el norte terminaba en la Glorieta de Peralvillo. Lo que hoy en día conocemos como Alamos, la Del valle y Narvarte, eran llanos. Las colonias Cuauhtémoc, parte de la Roma y de la colonia Juárez; la actual zona norte y sur de la ciudad, la Hipódromo Condesa, las laterales de Tlalpan, algunas zonas de Coyoacán, San Angel, Mixcoac y Tacubaya y sobra decir que Coapa, Tlahuac, Iztapalapa e Iztacalco, todo era una cancha de fútbol, un llano inmenso en donde los capitalinos sin recursos y aún aquellos adinerados que querían probar las delicias del fútbol, del verdadero fútbol mexicano, jugaban ahí.
Y como en la mayoría de las veces no se tenía para adquirir un balón de cuero, de aquellos con cámara, con la costura a un lado y correa de piel que en un buen cabezazo te dejaban marcada la cara, pues jugaban con lo que tenían a mano. Normalmente se escogían las medias de las hermanas o un bote o hasta un trapo enrollado, pero sin duda, la mayor parte del tiempo se jugaba con una naranja a la que se le hacía un hoyo pequeño y por ahí se chupaba para que no mojara con su jugo a los futbolistas. De aquí, que el jugar en la calle, en el llano, se le denomine simplemente echar una "cascarita"....