
En medio del caos, Daniel “Ruso” Brailovsky tomó la decisión más dura: sacar a su familia de México. Lalo Bacas no solamente se quedaba sin compañero de cuarto, quedaba sin compatriota y el América se quedaba sin su delantero estrella.
“Él decide asegurar a su familia, porque eso fue lo que hizo. Digo, a ver, Daniel nunca huyó de la Ciudad de México, nunca se fue escondido de la Ciudad de México. Daniel aseguró a su familia que la sacó de México porque era un lugar peligroso para él en ese momento. Vivían en Polanco, en un edificio de 10 pisos, imagínate".
El campeonato se retomó pronto, presionados por los tiempos del Mundial de 1986. Bacas no oculta su opinión.
“Yo creo que fue imprudencia, yo también lo creo así. Lo que pasa es que lógicamente los tiempos estaban tan justos porque ya venía el mundial”.
El regreso de la afición fue un bálsamo contradictorio:
“Cada triunfo era un logro importante. Nos sentíamos satisfechos con nosotros mismos, tristes por lo que estaba pasando, por lo que estábamos viviendo”.
El destino quiso que el 4 de octubre de 1985, mismo día, nacieran los hijos de ambos. El de Daniel y el tercero de Eduardo. Un dato insólito: dos compañeros, dos amigos, dos bebés nacidos en medio del desastre… En diversas latitudes.
“En aquel entonces, América había prestado seis o siete jugadores, que estaban entrenando en la selección nacional mexicana, preparándose para el mundial. Y era un equipo que estaba corto, que no tenía las figuras que estaban en la selección”.
Ese día América visitó a Tampico. Fue un desastre para los de la capital.
“Terminó el primer partido de la Final, perdimos 4-1. En el viaje de regreso, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el médico de mi señora me dice sabes que tienes que ir al sanatorio, al hospital de México porque ya nació tu hijo, tu señora está delicada. Yo no entrené, ni jueves ni viernes, me desaparecí dos días. Aparecí el sábado como una piltrafa. Me recibe el Zurdo (López), y me dice ‘¿Cómo estás?’, yo le digo ‘mal’. El Zurdo logró armar el equipo con Aldrete, Munguía, Fanny. Con eso completamos y tuve que jugar así”.
El América del Prode 85 se metió en la boca del lobo y salió con el Tricampeonato. En semifinales despachó al Atlante (5-3 global) y en la Final parecía liquidado tras el 4-1 del Tampico Madero en la Ida. Pero el Azteca se volvió un manicomio: goles de Peláez, Bacas, Ireta y otro de Bacas al 119’ firmaron la voltereta 5-4. No fue un título más: fue el sello de siempre, sobrevivir al caos y presumir gloria cuando todos esperaban su funeral.
“Son penaltis decisivos que te marcan para bien o mal tu carrera deportiva, imagínate. Cojo el balón y pienso ‘Es mi consagración o es mi tumba’”.
Bacas vivió la Final entre miedo y hospital: América Campeón, minuto 120, gol… y él corriendo al hospital con su esposa con preeclampsia.
“Mientras todos celebraban, yo pensaba en mi señora, en mi hijo. No tuve tiempo de fiesta. Lo único que quería era llegar a cuidarlos”.
“Lo primero que pensé, en mi hijo que había nacido dos días antes. Mi señora estaba en el hospital, mi hijo estaba en el hospital… mi señora tuvo un problema, se salva de milagro, le hicieron cesárea”.
Ese título, más que una medalla, fue un símbolo de resistencia: la ciudad de pie entre escombros, los jugadores con cicatrices en la memoria y un bebé recién nacido que representaba vida en medio de la muerte.
El América levantó la copa. El país habló del tricampeonato, de la remontada épica, de los penales polémicos.