Antes de que el boxeo nacional tuviera como estandartes a Julio César Chávez, Salvador Sánchez o Canelo Álvarez -entre otros-, existió un hombre de pequeña estatura y agilidad incomparable que se ganó el corazón de los mexicanos no solo por su desempeño en el ring, también por su inquebrantable fe y devoción hacia la Virgen de Guadalupe.
Era la década de los 50, en México habían poco más de 27 millones de habitantes y Adolfo Ruíz Cortines ocupaba la silla presidencial. Fue entonces que el barrio de Tepito y el gimnaso del Club Deportivo Nader forjaron a Raúl Macías Guevara, quien pasaría a la inmortalidad con el apodo de Ratón.
En 1951 ganó el Bronce en los Juegos Panamericanos, un año después fue a los Juegos Olímpicos de Helsinki, donde terminó en sexto lugar alegando -cuenta la leyenda- que le robaron la pelea que lo ponía en posición de medalla. La afición le recibió como héroe en México y fue entonces que comenzó la idolatría hacia el púgil de apenas 1.60 metros.
"Todo se lo debo a mi mánager y a la Virgen de Guadalupe"
El Ratón Macías debutó profesionalmente en noviembre de 1952, apenas tres meses después de los Olímpicos y lo hizo triunfal, tal y como en 41 de sus 43 peleas durante 10 años de carrera, en la que conquistó el Campeonato Mundial de Peso Gallo.
No fue multicampeón, ni siquiera pensar en cobrar las bolsas estratosféricas que hoy se ofrecen por subir a un cuadrilátero, pero se ganó el corazón del público por su humildad, carisma y devoción hacia la Virgen.
"Todo se lo debo a mi mánager y a la Virgencita de Guadalupe", fueron las palabras con las que agradeció sus éxitos, fama y cariño del público a la Morenita del Tepeyac, el símbolo más grande de un México que cada 12 de diciembre se vuelca por millones hacia el máximo templo de la fe católica en América: la Basílica de Guadalupe.
