“He gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles...el resto lo he desperdiciado”, eran las palabras del mejor jugador de futbol británico de la historia. Se trataba de George Best, un engreído deportista que brillaba impresionantemente en las canchas.
En Inglaterra era tan famoso y querido que lo llamaban el “quinto Beatle”. Su caso no es el típico de deportistas que vienen de la pobreza y conocen el éxito gracias a sus dones. Best fue educado en los mejores colegios de Irlanda del Norte, sus calificaciones eran destacadas y su familia estaba muy bien posicionada económicamente.
Jugando en el Manchester United, Best era todo un ídolo comparable a un rockstar. Utilizaba el cabello largo cuando eso no era bien visto en la conservadora Liga Premier; una celebridad que era conocida en las tabernas por salir tambaleando y usualmente con dos o más mujeres.
En los estadios coreaban su nombre como a ningún otro en la historia. Cuando recibía una falta llegaba a lanzar puñetazos a sus rivales. Incluso, en un partido cuando enfrentó a Escocia, le escupió a un árbitro y le arrojó barro en la cara.
“El Beatle de Manchester” era un completo desmadre. Llegaba tarde a los entrenamientos o simplemente no acudía. Mentía constantemente para quedarse en las ciudades de sus rivales porque conseguía una novia nueva en cada ciudad.
Su entrenador y compañeros estaban hartos de su indisciplina, pero le tenían tanto respeto que no lo enfrentaron. Solo una vez, cuando el defensa David Sadler le recriminó que no hacía pases y quería tener el balón todo el tiempo. Best no refutó, simplemente al juego siguiente, cada vez que recibía el balón, lo pasaba a Sadler una y otra vez, no importaba que estuviera en el área rival, el enviaba el pase hasta el otro lado de la cancha. El defensivo no volvió a repetir la queja.
Así era Best, un personaje que cada día iba hundiéndose y su vida ya era incontrolable; entre fiestas, pubs y discotecas, el ídolo de multitudes llegaba aún ebrio a los partidos. En el último que jugó con el Manchester United perdieron 3-0, por lo que la prensa lo culpó. Eso derivó que George se deprimiera y no regresara a los entrenamientos. Finalmente fue despedido del equipo.
Los ingleses tienen un dicho que reza: “Pelé Good, Maradona Better, George Best”. Pero la leyenda con apenas 23 años ya era un desastre, pasó a jugar de equipo a equipo en todas las divisiones, en países desde Estados Unidos hasta Hong Kong.
A pesar de que su talento era impresionante y seguía anotando golazos, lo que la gente buscaba de él eran las historias de borracheras y lujos majestuosos.
Cada vez que la prensa de espectáculos lo abordaba tenía una frase que se quedaba enmarcada: “En 1969 dejé las mujeres y el alcohol. Fueron los peores 20 minutos de mi vida”, decía para explicar porque ya no jugaba en la primera división inglesa.
“Tengo tantas novias, como granos de arena existen en la playa” solía comentar en las barras con un trago en la mano.
Alguna vez, envuelto en críticas por su vida desenfrenada, pidió hacer una declaración a la prensa inglesa a la cual confesó: “No es cierto que me haya acostado con seis Miss Mundo. Sólo fueron tres”, ironizaba.
Los patrocinadores y anunciantes le sobraban. Llegó a ser considerado una de las personalidades británicas con más dinero y fama. Pero George Best estaba roto. Quien alguna vez pidió a sus seguidores le llamaran “Superman”, sufría de un profundo dolor al recordar en todo momento, la muerte de su madre Anne, quien en 1978 falleció por alcoholismo.
Best estuvo en prisión por conducir ebrio y golpear a un policía. Veía cómo su carrera se destruía, sus discotecas habían cerrado, sus tiendas de ropa en bancarrota y sus restaurantes fracasaron. De pronto de ser multimillonario, estaba en deudas y la pobreza lo abrazaba con fuerza.
Su alcoholismo le consumía. En el año 2002 tuvo que recibir un trasplante de hígado, pero nunca pudo dejar la bebida. Pasaron apenas dos años después cuando George Best decía una de sus últimas frases: “No mueran como yo”. Finalmente falleció a los 59 años sin un solo centavo en su cuenta bancaria.
¿Qué sentido tiene?
El 22 de enero del 2020, el entrenador alemán Jürgen Klopp contó una anécdota que sucedió con uno de sus jugadores más jóvenes:
“Te contaré una pequeña historia. En 2017, en el primer día de entrenamiento de pretemporada con el Liverpool, un joven de 18 años, no lo nombraré, llegó a entrenar”, relataba Klopp.
“Le pregunté ¿En qué viniste?, él me contestó en un Mercedes. Entonces le pregunté ¿Qué tienes en la mano?, un Rolex respondió. ¿Cuántos partidos has jugado con el equipo principal? Y el me respondió: Cero”.
El entrenador reflexiona y dice: “Todo tiene su tiempo, Ese es el enfoque equivocado para mostrar con la apariencia que ahora estás en el centro. No condeno a los jóvenes, condeno a los padres. Mis padres siempre me decían de ser más modesto”.
Y Klopp lo dice con conocimiento de causa, pues cuando recibió su primer cheque teniendo 20 años compró de inmediato un Maserati. Pero recuerda que un par de meses después un directivo lo golpeó literalmente y le explicó que ese no era el sentido de la vida.
El encierro que vivimos todos los humanos de la tierra tiene una enseñanza intrínseca. Nos recuerda que en ocasiones buscamos tener muchos y buenos bienes, para poder presumirlos y tener “una mejor vida”. Pero durante casi todo el 2020 y el arranque del 2021 ni la persona más rica del mundo podría usar su riqueza para salvar su propia vida.
Hemos aprendido entre muchas otras cosas, lo verdaderamente valioso de la vida: Lo importante que resulta abrazar a un ser querido o cantar un gol al lado de una buena amistad. Aprendimos que aunque hagamos planes y tengamos lo suficiente para viajar y conocer, somos demasiado frágiles para creer que tenemos el control de nuestro destino.
Pongamos de moda la modestia. Todos tenemos distintos talentos y estoy seguro que tú eres una “superestrella” en lo que sabes hacer bien, pero las situación global nos ha hecho reflexionar duramente, recordar que no se trata de nuestra vida individual, que necesitamos estar bien todos para poder sobrevivir. Pero que necesitamos que todos estén bien, para ser verdaderamente felices.
Que esta agotadora pandemia nos beneficie para que todo lo que nos sale bien, sea en beneficio de otros, para que en nuestros últimos días no terminemos diciendo como George Best: “no mueran como yo”. Alguien dijo alguna vez: Individualmente, somos una gota. Juntos, somos un océano.
Todo tiene su tiempo y en este se trata de ser la mejor versión de nosotros, para ayudar a los demás, esa podría ser una misión que valga la pena vivir.