Nunca había conocido un estadio más caliente en mi vida, le llaman “El horno más grande de México” y desde él puedes ver los altos hornos de la fundidora de Monclova apenas a unos metros atrás de la última fila.
Había viajado con un par de amigos desde Chihuahua para ver la final de la zona norte, en la Liga Mexicana de Beisbol, el juego final entre los Dorados y Acereros.
Recuerdo perfectamente la fecha, era un seis de agosto del 2008. La travesía fue una odisea llena de grandes momentos de carretera, anhelando llegar por un cerveza helada a la ciudad de Monclova, Coahuila.
Así que pasando el poblado de Cuencamé, Durango, cruzamos Torreón y Saltillo para llegar finalmente a la avenida Pope en la ciudad monclovense.
De casaca y gorra fuimos hacia aquel estadio. Conseguir boletos era una hazaña que muchos creían que nunca realizaríamos. “No le vayas a vender a esos, son de Chihuahua”, logré escuchar la voz del anciano que le amenazaba a su nieto, el cual tenía los preciados y únicos tres boletos disponibles para entrar al lugar. Nuestra única esperanza fue el tío de un amigo, quien al saber de nuestro largo peregrinar se apiadó y nos vendió los anhelados tickets.
El juego era inmejorable. Los ahora extintos Dorados le pegaban de visita 4 a 1 en la novena entrada a unos irreconocibles Acereros. Los poquísimos (10) aficionados chihuahuenses no podíamos creer el momento. De pronto, el enojo iba apoderándose de los aficionados de la Furia Azul, quienes empezaban a bajar de sus lugares para encerrarnos en una especie de círculo humano. Dejaron de ver el juego y se nos quedaron viendo retadoramente.
¡¿Cómo demonios íbamos a salir de esa?! Les pregunté a Jorge y a Rafa. Ellos no estaban tan asustados hasta que se dieron cuenta que incluso el mismo vendedor de cerveza ya no quería vendernos más del vital líquido beisbolero. Quedaba un out más en la novena baja y Chihuahua se dirigiría a su primera final de Liga. El estadio parecía un sepulcro, las miradas desafiantes no menguaban y se convertían en insultos.
De pronto, el cielo intervino.
Los hits del equipo monclovense se disparaban sin freno. Parecía que los bateadores hubieran esperado hasta el último suspiro para sacar los embates. El partido se empataba.
Nos íbamos a un extra inning y la gente volvía a sonreír, regresaba a sus asientos, la música los ponía a bailar y las cervezas se vendían como si no hubiera un mañana. Y es que no lo había, los Acereros estaban destinados a un triunfo histórico, de alarido. La quinta anotación llegaba y la gente explotaba no solo en gritos y emoción, se abrazaban y lloraban… Y nosotros salimos ilesos.

Hasta le fecha no sé descifrar si ganamos más de lo que perdimos, sin embargo, la algarabía de aquellos que nos amenazaban era tan grande, que nos pedían que no nos fuéramos que celebráramos el juegazo tan chingón que habíamos visto juntos. Entonces el joven de las cervezas, que tampoco podía esconder su júbilo, se volvió a acercar y nunca olvidaré sus palabras: ¡Todavía hay 'cheve', agarren con confianza vatos!
Esa noche, al salir del estadio, comprendí lo que para Monclova significaba el beisbol, las calles eran una fiesta, las bandas se escuchaban de un lado al otro, el sonido de los cláxones de coches era estruendoso. La gente salía de las ventanas de los autos con banderas gritando su emoción. ¡Acereros estaba en otra final!
Por cierto, Monclova perdió contra Sultanes de Monterrey en la gran final, barriéndolos 4-0.
2019: TERMINÓ LA MALDICIÓN
El 2 de octubre no se olvida, jamás lo olvidarán los monclovenses, ellos que durante muchos años habían sido objeto de burla por que se le consideraba a los Acereros, “el Cruz Azul del beisbol”.
Después de 45 años de historia, la Furia Azul logró coronarse venciendo a unos aguerridos Leones de Yucatán, en el séptimo y definitivo partido. Estoy seguro que muchos fantasmas quisieron aparecer y robarse una vez más ese ansiado trofeo que nunca habían logrado abrazar como lo hicieron ese miércoles de gloria.
Fue el "Chapo" Carlos Bustamante quien hizo que "El horno más grande de México" gritara la carrera del 9-5 definitivo. Luego llegó el out 27 que cerraba el partido, que acababa con todas las cábalas, los fantasmas y maldiciones del pasado.
Entonces la algarabía al euforia, la emoción llevada al extremo; las lágrimas de los fieles acereros, esos que vieron morir a su equipo en la raya una y otra vez. La cerveza, los cánticos y la banda.
Todo eso que merece celebrar una ciudad que disfruta acaloradamente y apasionadamente al beisbol; me atrevo a decir de las que más ama el beisbol en todo el país. Para toda esa gente mis respetos, mi admiración y felicitación. A una ciudad que ha sufrido como pocas, que ha vivido la violencia y el infierno de la muerte, el abandono y la pobreza, pero que ha salido adelante con empuje, con fuerza y sobretodo con mucho, mucho trabajo.
¡Felicidades Monclova!