El último grito de la moda en el balompié continental radica en menospreciar el segundo torneo más importante a nivel de clubes de Latinoamérica. En el Cono Sur, especialistas y aficionados critican el sistema de competencia (mismo que sí tendría que sufrir algunas modificaciones) y mantienen esa postura de creer que sólo cuando ganan conjuntos brasileños o argentinos se le debe adjudicar un valor importante a la Copa. Entretanto, en México, una buena proporción de los que echaron las campanas al vuelo tras el histórico título del Pachuca, ahora se niegan a darle el mismo nivel al certamen. Los intereses opacan la necesidad de buscar lo más cercano a la objetividad.
Que en Sudamérica pretendan minimizar los alcances del futbol mexicano en torneos organizados por ellos resulta entendible. A nadie le gusta preparar la fiesta y que alguien más llegue a robarse el pastel. En lo que no debemos caer es en la trampa de pensar que los conjuntos mexicanos han llegado a la final en tres ediciones consecutivas por desinterés de los representantes de abolengo en el otro lado del continente; esto ha sido posible gracias a una combinación de factores, entre los que destaca la cada vez mayor capacidad de nuestro balompié para competir a nivel internacional y la solidez económica de nuestro futbol.
Comento lo anterior porque aficionados y periodistas me han señalado que la Sudamericana sólo tiene importancia en México. Me piden que observe qué equipos han sido monarcas, quiénes han llegado a la final. Y yo me mantengo por el mismo sendero. Ahí está Boca en un par de ocasiones; el San Lorenzo y el propio Pachuca, conjunto que en su mejor momento fue, sin duda, el mejor del continente. Para rebatirme, señalan al Cienciano. Cosas del futbol, respondo, como lo del Once Caldas en la Libertadores o lo del Celaya de Butragueño que estuvo a punto de llevarse la liga hace algunos años.
La renuncia de Passarella después de ser eliminado por Arsenal no deja lugar a dudas. A los grandes de la región también les importa esta competencia. Eso sí, no caigamos en la exageración de afirmar que el cuadro que resulte campeón es el “mejor del continente”. Nunca me ha gustado esa expresión, ni siquiera cuando una escuadra acaba de ganar la Libertadores, pues resulta frecuente que el campeón del torneo maestro de la CONMEBOL es incapaz de ganar la liga de su país. El deporte que nos apasiona es así, no da espacio para verdades absolutas y otorga cabida a factores de peso para ir en determinada dirección.
Aterrizando la inminente participación de las Águilas en la final de la Sudamericana y el cómo ha sido tratado este hecho por medios de comunicación y seguidores, considero que las contradicciones han sido descaradas. Cuando los Tuzos se llevaron la corona, se habló de una nueva página de oro para el balompié nacional, se les brindó trato de héroes y aseguraron por el Ajusco que sí, que la institución de Jesús Martínez era el “Equipo de México”.
Fueron los primeros compatriotas en hacerlo, eso les otorga un plus con respecto a lo que podría hacer el cuadro de Coapa, pero de ahí en fuera se trataría del mismo objetivo cumplido: levantar un título internacional para el anteriormente sedentario futbol mexicano.
Ni siquiera formando parte de esta sociedad alcanzo a comprender esa tendencia a menospreciar nuestros logros. Cuando la Selección ganó la Confederaciones se dijo que estaba arreglado, que la ventaja de estar en el Azteca fue la que marcó la diferencia; cuando los jóvenes de la Sub-17 se coronaron Campeones del Mundo, no faltaron quienes lo catalogaron como un logro engañoso por tratarse de categorías menores.
Si Hugo hacía goles en el Madrid era por sus compañeros; si Pachuca marcó el rumbo a seguir fue por los jugadores extranjeros. En fin, acepto que cuando uno pierde comienza de inmediato la búsqueda de pretextos transformados en razones para justificarse, pero no sé cómo es que al momento de brillar tendemos a buscar elementos que nos hagan chiquitos ante los grandes. Opina de esta columna aquí.