La violencia en nuestro futbol no se detiene. Algunos de los grupos llamados a impulsar con cánticos y colorido el ambiente en los estadios siguen empeñados en hacernos ver que les interesan muchas cosas, menos el juego en sí mismo y la convivencia entre familias. Lo ocurrido después del partido entre América y Toluca no es más que el reflejo de lo que muchas directivas consintieron en un principio: la creación de grupos que escudados en la pasión por un equipo acaban aprovechándose de la situación para sacar provecho y agredir o asaltar a fanáticos del equipo rival.
Los directivos, olvidadizos como son, hablan frente a los micrófonos para afirmar que se trató de una “estupidez” y que esos aficionados deben ser expulsados de cualquier estadio del futbol mexicano. No recuerdan o no quieren recordar que ellos fueron quienes, impulsados por una idea conjunta de Andrés Fassi y Jesús Martínez, colaboraron en la creación de bandas de aficionados similares a las barras bravas argentinas. La intención era sana: darle vida a las tribunas con toda la parafernalia que se observa en el balompié pampero, pero los riesgos no fueron calculados. Como consecuencia, cada vez son menos las familias que asisten a los estadios.
Al igual que en cualquier otra comunidad, hay quienes en verdad desean apoyar a su escuadra, quienes brincan y gritan con el corazón por delante para impulsar a los suyos rumbo a la victoria. Ellos deben ser bienvenidos en el Coloso de Santa Úrsula y en demás plazas futboleras. No es necesario satanizar ni asegurar que son el peor de los males para nuestro balompié. Simplemente, debe hacerse una reglamentación clara, que condene a todo aquel que promueva la violencia y que suspenda sus facultades de ingresar a un partido de futbol.
La violencia ha vuelto a encender los focos de alarma. Da la impresión que el camino para resolver estos conflictos es a través de las campañas de prevención y no tanto mediante la concentración de las fuerzas policiales, aunque su notoria presencia ya es fundamental y ha servido para disminuir los índices de agresión en las inmediaciones de los estadios. Lo ideal sería convencer a quienes golpean, discriminan o asaltan que a un estadio se asiste a ver un partido de futbol y no a cometer actos que atentan contra los intereses y el bienestar de terceros.
La Federación Mexicana de Futbol, fiel a su costumbre, busca tapar el pozo cuando el niño está ahogado. En casos como el mencionado líneas arriba, las autoridades están obligados a ir pasos adelante; no a esperar acontecimientos para después poner cara de preocupación y argumentar que se tomarán las medidas pertinentes, como si no hubieran dicho eso en anteriores ocasiones.