El águila cae. Se escucha como si tocara fondo, pero días después, con espíritu renovado, amenaza con aletear y en vez de alcanzar alturas importantes, cae al subsuelo de forma estrepitosa, con pecados tan notables como el de la soberbia y el egocentrismo. Es un derrumbe absoluto que parece no tener fin, y es que por más que en cada resultado adverso se ha comentado que peor no puede estar el América, siempre llega una herida que impide que el hoy muerto viviente recupere la compostura y respete, al menos en mínima medida, su historia y jerarquía dentro del balompié nacional.
La palabra crisis ha sido mencionada infinidad de veces en este incipiente 2009 y fue tema central en los últimos meses del ya extinto 2008. Al respecto, nos hemos dedicado a buscar conceptos que nos den aliento, recurrimos a las diversas teorías que apuntan a que los problemas constituyen en sí mismos una oportunidad de renacer, de ser mejores y de sacar la fuerza cuando muchos otros perecerían en el intento. Nos damos ánimos y afrontamos el día a día con la sensación de que no pasa nada, aunque en el fondo, éste sí claramente identificado, sepamos que la economía es hoy más inestable que nunca.
Las Águilas están ante una oportunidad de esas dimensiones. Si viejos conocidos y flamantes refuerzos deciden unirse en torno al compromiso adquirido con la institución, la entrega de cuentas negativas será tema del pasado. La mala nueva –y no tanto- para el conjunto de Coapa es que al día de hoy no ha surgido un elemento con el carácter suficiente y el liderazgo necesario para impulsar a los suyos a pelear contra la marea de dificultades que se han presentado.
Como parte de esta suerte, que de tan recurrente ya podemos catalogar de interminable, se ha vuelto a mencionar que la aventura fallida en la lucha por clasificar a la Copa Libertadores servirá para aprender de las equivocaciones y para que éstas no se repitan en el futuro emplumado. No obstante, el escepticismo surge como efecto natural después de padecer una serie de fracasos que terminaron por adquirir el superlativo expresado por Manuel Lapuente hace algunos años.
La ley de probabilidades obra a favor del América. Reiteramos que peor no le puede ir, aunque las sorpresas sigan dándose para mal, y es que una cosa es la matemática y otra, muy distinta y valiosa, es la integridad de quienes visten la camiseta azulcrema. Lo sucedido con las Águilas en los últimos tiempos no es sólo una cuestión futbolística, sino también de falta de entereza profesional y de una consciencia inexistente respecto a las exigencias de un cuadro como el emplumado.
El círculo vicioso comienza con una directiva bien intencionada, pero que permitió a su técnico irse a ofrecer sin pudor alguno a su país natal. Critica semejante merecen declaraciones de jugadores recién incorporados que niegan la consumación de un fracaso y que afirman que esto a la postre acabará convirtiéndose en ventaja para enfocarse al certamen local.
No soy nadie para recomendarle al América qué hacer, pero igual lo hago. Nada pierdo. Como aficionado y periodista, considero que con Ramón Díaz se está desperdiciando tiempo valioso. Él no tiene más aspiración que la de engrosar sus bolsillos. Su descaro alcanza el punto máximo cuando declara que él ya sabe lo que es ganar la Libertadores y el prestigio que eso otorga al club; incluso promete que será el primero en dar un paso al costado en caso de no mantener el barco a flote… Eso no me lo creo. No dudo de su capacidad, pero sí de su liderazgo, de su manejo de vestidor y de su hambre de triunfo. Así, no se puede…
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