Fernando Hernández se equivocó al contestar lo que sintió era una agresión por parte del futbolista Lucas Romero; reaccionó así, porque el de León se aproximó de forma retadora a él.
¿Fue legítima la reacción de Fernando? Sí. ¿Fue legítima la reacción del árbitro? No. Muchas veces se ha opinado sobre la necesidad de entender que los árbitros, antes y después de todo también son seres humanos y sí, se calientan.
Sin embargo, se supone que para eso sirve el entrenamiento y la llamada automatización de su proceder, con mayor razón cuando los futbolistas son los primeros que quebrantan la ley del espacio mínimo de aproximación.
Ningún jugador debería aproximarse retadoramente a ninguna figura de autoridad en la cancha, y eso lo deben aprender si se consideran profesionales. El problema radica en que en los clubes se trabaja estrategia, táctica, los llamados movimientos mecanizados, pero no el respeto a los árbitros.
Falta capacidad para respetar la figura de autoridad y quienes deberían empezar son quienes integran las directivas: no corromper la línea de autoridad ni propiciar que se cuestione desde esa trinchera la buena fe de los árbitros.
Si el arbitraje falla existen mecanismos de corrección o sanción a través de la propia Comisión de Arbitraje, o en su caso de la Comisión Disciplinaria. Si entendemos eso, los jugadores son los primeros que deberían comprender que retar con gestos, señas o agresión directa es dañino para el espectáculo.