La identidad de las Águilas ha sido secuestrada por una serie de directivos que distan mucho de comprender la magnitud de comandar a una de las dos entidades balompédicas más importantes de nuestro país. Un equipo de esta envergadura trae inscrita desde su misma concepción una necesidad de ser temible, de impresionar por lo poderoso de su plantilla y por el coraje con que se disputa cada pelota sobre el terreno de juego. El conjunto de Coapa está llamado a ser compuesto por nombres y hombres, de ahí que moleste la forma tan burda en que los actuales personajes de pantalón largo de la oncena emplumada salen a declarar que se olvidarán de las grandes contrataciones para hacerse de los servicios de quienes entreguen hasta la última gota de sudor sobre el rectángulo verde. El América, aunque Bauer y Ordiales digan lo contrario, no puede ni debe caer en la fácil posición de afirmar que va por hombres que se “maten” en vez de buscar la mejor materia prima que está disponible en el marcado. Tal señalamiento, que intentan calificar como un proyecto bien estructurado, no es más que la aceptación de una incapacidad que ha derivado en que los hoy dirigidos por Jesús Ramírez sean una escuadra sin poder de mando y sin la organización que se requiere para conseguir que los jugadores de importancia comprendan que se deben a la institución y no a todas las distracciones mediáticas que surgen a partir del instante en que se viste la camiseta azulcrema. Desde el momento en que se renuncia a realizar contrataciones espectaculares, se atenta contra la propia naturaleza de las Águilas. Guardando las proporciones, sería imposible imaginar que Barcelona o Real Madrid salieran a declarar que se olvidarán de tener a los mejores del mundo para optar por elementos que den su máximo esfuerzo sobre la cancha. Si cada vez son más los elementos de jerarquía que fracasan en Coapa, no es porque esté mal hacerse de los servicios de jugadores de renombre. Lo que no está funcionando es la capacidad de control de cuerpo técnico y directiva, incapaces de poner en orden a quienes terminan haciendo y deshaciendo a placer, sin contratos que les impongan límites y con todos los factores de distracción inherentes al monstruo televisivo más dañino en los medios de comunicación. En dado caso, la culpa no la tiene el indio, sino quien lo hace compadre. Si América suele fracasar en sus adquisiciones, es porque sólo toma en cuenta lo futbolístico y no el aspecto humano. Lo menos que puede exigirse es que se realice un seguimiento preciso de aquellos futbolistas con posibilidades de vestir la camiseta azulcrema. La directiva, en responsabilidad que atañe a Jaime Ordiales, tendría que identificar aquellos jugadores que combinan el buen rendimiento profesional con una estabilidad psicológica lo suficientemente sólida como para que el inquieto cerebro del mismo no termine estallando ante las tentaciones de la fama. Jaime Ordiales no está ni cerca de representar con acierto la imagen que se esperaría de un director deportivo del América. Como muestra fehaciente de ello está el hecho de calificar como "bueno" el rendimiento de las Águilas bajo el mando de Jesús Ramírez. Incluso, se mostró satisfecho porque el equipo se quedó muy cerca de clasificar, como si conseguir un boleto para la fiesta grande del futbol mexicano fuera una misión imposible. La visión es clara. América debe tener a los mejores del futbol mexicano. Esa es su esencia. A partir de este panorama, el desafío para los directivos y el técnico es provocar que funcionen y elegir con acierto quiénes cumplen con todas las características necesarias.

América se traiciona a sí mismo
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