Como ha sido una costumbre desde que nuestro futbol inició su participación en la Copa Libertadores, los equipos mexicanos están dando buenos resultados, jugando de tú a tú ante las instituciones más renombradas de Sudamérica y perdiendo el miedo escénico que durante tanto tiempo acompañó a las distintas camadas de jugadores aztecas en sus incursiones a nivel internacional.
A siete años de distancia, los dividendos saltan a la vista: los clubes, que se encontraban tan olvidados en el mapa futbolístico mundial, son respetados en todo el continente; los dirigentes de la Conmebol, otrora presuntuosos y desconfiados, han tenido que reconocer la capacidad de los “manitos”, soportando el duro golpe que significa el observar que los “intrusos” se roban los sitios de privilegio de la fiesta y que, incluso, han amenazado seriamente con llevarse el protagonismo absoluto de la celebración balompédica, lo que significaría, sin duda, un coraje bastante severo para el corazón de los organizadores del apasionante certamen, quienes, en un principio, aceptaron el ingreso de México por ser un mercado atractivo comercialmente hablando. Posteriormente, y frente a la frialdad de los números, no les quedó otra opción que considerar a las escuadras nacionales como algo más que un simple competidor de relleno.
Al realizar el recuento de lo experimentado a lo largo de las siete ediciones en las que ha participado el futbol mexicano en la justa continental, incluyendo la actual, tenemos la obligación de resaltar que sólo Monterrey, en 1999 y Guadalajara, en 1998, han sido incapaces de acceder a las instancias finales y que en tres ocasiones nuestros representantes estuvieron, cuando menos, en las semifinales: América, en dos oportunidades, y el Cruz Azul, que se impuso a Rosario Central y ganó su boleto a la final ante Boca Juniors, en una historia que debe ser recordada por todo aquel individuo que se autonombre como un amante de este deporte. En la actualidad, Santos y el propio América, se encargan de cumplir con dignidad y profesionalismo, luchando por sobresalir en terrenos en los que aún falta mucho camino por recorrer, grandes batallas que librar e innumerables alegrías y tristezas que vivir.
Queda pendiente la culminación de la obra, la rúbrica que indique que el trabajo está concluido y, con base en lo visto sobre el campo de juego, podemos tener confianza en que, más temprano que tarde, el trofeo de campeón estará en las manos de una institución mexicana.